Amigos lectores:
I.
Debo a Ramón Escovar León, caballero del Derecho y las Letras, la coordinación del homenaje que ofrecemos hoy a ese digno venezolano que fue Román Duque Corredor (1941-2023): abogado y Doctor en Derecho, autor de una extensa obra como jurista, Individuo de Número de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales, articulista, profesor universitario, gremialista y autor de poesías. También tuvo altas responsabilidades en el Estado: fue Consultor Jurídico de la Presidencia de la República, y magistrado de la Corte Suprema de Justicia. En lo sustantivo, un venezolano de bien. Un hombre llamado a encontrar un lugar en nuestros recuerdos.
II.
Además del aporte de Escovar León (Duque Corredor: jurista, ensayista, poeta), escriben Gabriel Ruán (El andinismo de Román Duque), Cecilia Sosa Gómez (Duque Corredor y la Venezuela agraria), María Amparo Grau (Una cátedra virtual para Duque Corredor), Edgar Núñez Alcántara (Cauce del Derecho agrario venezolano en el mundo jurídico de Duque Corredor), Eugenio Herández-Bretón (Duque Corredor, visto por un alumno) y Jesús María Casal (La cátedra universitaria como cantera de vida).
III.
Un párrafo del artículo de Gabriel Ruán sintetiza en alguna medida, la contextura, el calado profundo, la resonancia de Román Duque Corredor como persona y ciudadano: “fue un gran jurista, maestro y mentor de muchas promociones de abogados, brillante académico y escritor de derecho, magistrado justo y sabio, pensador político refinado, militante del auténtico social cristianismo, ejemplo de una vida virtuosa y referente de la opinión pública culta de Venezuela. Conservo una imagen nítida de su figura, pues no sólo fui lector de su abundante obra, sino que fui su alumno y admirador desde las aulas de la Universidad Central de Venezuela, y pude seguir su evolución indetenible, a partir de sus primeros años en la docencia y hasta la cúspide del saber jurídico y político nacional”. El dossier Duque Corredor está en las páginas 1 a la 7.
IV.
Han transcurrido casi 62 años de un hecho que produjo conmoción en Venezuela, España y otros países: el secuestro en Caracas, del futbolista Alfredo Di Stefano, carismático y brillante hacedor de goles, centro magnético del Real Madrid,por parte de un comando dirigido por el jefe guerrillero Máximo Canales (cuyo nombre real era Paul del Río). Capítulo destacadísimo en la historia de la violencia guerrillera de los años 60’s, ha sido reconstruida por el escritor y periodista Jimeno José Hernández Droulers. El libro se llama El secuestro de la Saeta Rubia y circula bajo el sello de Editorial Dahbar.
V.
Escribe Javier Conde, en la lectura que está en la página 8: “Es un relato extraordinariamente minuciosode la peripecia vivida y padecida por Di Stéfano en Caracas adonde había llegado con su Real Madrid para participar en la Pequeña Copa del Mundo, un inconcebible torneo futbolístico en la ciudad, en apariencia, menos futbolera de América del Sur. Mientras la joven democracia venezolana transitaba hacia las elecciones presidenciales que se celebrarán a finales de ese año de 1963, las organizaciones guerrilleras y sus comandos urbanos, severamente golpeadas el año anterior con el fracaso de los alzamientos militares en Carúpano y Puerto Cabello, planea y ejecuta una acción propagandística de estruendo mundial: sorprender y capturar en el hotel Potomac al Messi de la época”.
VI.
“Rodolfo González, apodado “El Aviador”, no es presentado como héroe ni mártir, sino como un hombre contradictorio, profundamente humano. Un padre imperfecto —quizá incluso fallido en algunas dimensiones domésticas—, pero que en su final soportó inmerecidamente lo peor del país: la tortura, el encierro, la espera sin fin, el suicidio como única forma de afirmar una dignidad arrasada”. Escribe Carlos Patiño sobre El aviador: Testimonio para un padre sin justicia, de Lissette González, hija de González. Quizá haya lectores que recuerden el estremecimiento que se produjo en 2015, cuando se conoció la noticia del suicidó de González en ese infierno llamado El Helicoide. Está en la misma página 8, parte inferior.
VII.
American Splendor. El cine de EEUU en las dos primeras décadas del siglo XXI: así se titula el más reciente libro del periodista, escritor, crítico cinematográfico y editor Alfonso Molina. Durante décadas a Molina lo hemos leído en sus columnas en El Nacional, en otros medios de comunicación y en Ideas de Babel, portal del que es editor. De ese profesionalismo, de su pasión sin pausas por el cine, proviene este volumen, que ordena 170 artículos sobre películas producidas en las dos primeras décadas del XXI: va de Descubriendo a Forrester (2000) a La enmienda (2021). Cada texto es un ejercicio de síntesis, donde la información se entrecruza con el comentario de un feligrés del cine, que ha pasado una parte sustantiva de su vida ante las pantallas. La entrevista que le hice está en la página 9.
VIII.
Página 10: El ensayo de Katherine Chacón se titula José Martí: El amor, vida y palabra. Reflexiona sobre cuestiones como esta: “También hay Martí una ética de la escritura, un amor a la virtud literaria. La exactitud es un rasgo esencial de su concepción de la literatura como expresión de la vida: «Acercarse a la vida -dirá-, he aquí el objeto de la literatura», una afirmación que revela su fidelidad a lo natural. En la naturaleza, a la que llamará «madre de todas las exactitudes», encontrará «ornamento necesario, primor orgánico, retórica original» para formular una nueva Academia -«la Academia de la Naturaleza»-, alejada de lo artificioso, falso e innecesario. Lo que surge naturalmente, lo que se atiene a la escritura sencilla y sincera, es lo que revela al hombre, lo que le habla más hondamente y lo que le permite ser libre”.
IX.
Con el permiso de los lectores, quiero incluir aquí un breve comentario sobre las erratas. La responsabilidad de editar una publicación incluye velar por ofrecer un material limpio y sin errores. En cada palabra o frase acecha la tozuda probabilidad del error. La clasificación de los errores que se cometen resulta sorprendente. Son numerosos. Pero hay algunos que resultan especialmente odiosos, hirientes. En concreto, me refiero al que afecta al autor de un texto. Pasa que se cuela una errata en el nombre, o que se atribuye a otra persona o, el peor de todos, el que te hace sentir muy mal, cuando se publica un texto omitiendo el nombre de quien lo escribió. Lo cual, además de menoscabar al autor, siembra una interrogante en los lectores. De hecho, en mi experiencia, son éstos los primeros en percatarse y avisar.
X.
Me pasó la semana pasada: en la página 9 del PDF publicamos un precioso ensayo de Rafael Castillo Zapata, otra de sus piezas morosas y lúcidas, y no incluimos su nombre (en la web se publicó correctamente). Me refiero al ensayo dedicado a Paolo Gasparini.
Cuando recibí el penúltimo borrador -el jueves- y el último -el viernes-, no vi que no estaba el nombre. No me fijé en lo que faltaba. Es una omisión que quita el sueño y revuelve el ánimo. Hay errores que podríamos llamar tenues. Y hay otros pastosos y ásperos, que se instalan como fruta amarga en la boca, por días. Este pertenece a esta segunda categoría.
He ofrecido mi disculpa a Castillo Zapata. Y aquí lo hago ante los lectores de estos envíos. Como corresponde, enviaré el PDF debidamente corregido a quien lo solicite.
Todo lo mejor, pacientes y afectos lectores.
Nelson Rivera.
