Como lo he dicho en otras ocasiones, un museo, entre muchas otras cosas, debería ser una caja de resonancia de la sociedad a la cual sirve. Con 45 años en su haber, el Museo Narváez ha venido ofreciendo una programación que parece escuchar con suma atención las distintas sensibilidades de su público.
La energía y la vitalidad que el Narváez de Porlamar destila en estos tiempos es tan conmovedora como contagiosa porque se ha abocado a construir -quizá ahora más que nunca- una relación cercana y hasta emotiva con su audiencia.
Pareciera que la consigna es promover siempre la participación activa de ese público en actividades culturales que fomentan la expresión creativa. Algunos ejemplos son:
– El proyecto ‘Cantemos’, con la presentación de la Schola Cantorum dirigida por María Guinand, para promover el canto coral.
– El proyecto ‘Escuela Mural‘ del artista Hecdwin Carreño para incentivar la formación y el aprendizaje artístico en la comunidad.
– La exposición colectiva ‘Visión creativa a través del Collage‘ dirigida por Fernando Irazábal
– La muestra ‘Una buena calada‘ de Carolina Vollmer, quien elaboró un mapa de Margarita que incluyó objetos de artesanos locales en esta ‘cartografía afectiva’, homenaje al gentilicio insular.
Hoy, el Museo se llenó de música y emociones con el Concierto de Gala de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Nueva Esparta que ofreció un hermoso programa de música latinoamericana y cerró con la Glosa Sinfónica «Margariteña» de Inocente Carreño.
¿Alguien pone en duda que el Museo Francisco Narváez se ha convertido en caja de resonancia de los margariteños?
Ivanova Decán Gambús
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