I.
Debido a la persistencia de Maite Espinasa -editora del semanario digital de información cultural mirarnos.org-, en 2008 (¿mayo?) entrevisté a Pedro León Zapata. En el proyecto de Espinasa serían cinco entrevistas. Una vez editadas, se convertirían en un libro. Así las cosas, un sábado, Espinasa, la periodista Andreína Guenni, la fotógrafa Ethel Rojas y yo, llegamos al hogar de Mara Comerlati y Pedro León Zapata para cumplir con nuestro cometido.
II.
Antes de encender el grabador, conversamos. Zapata estaba visiblemente inquieto. Había algo en su sonrisa que no concluía. Nos contó que cuatro o cinco días después le operarían del corazón. Hice la entrevista. Pero el objetivo de organizar otros cuatro encuentros no se cumplió. Entiendo que la intervención resultó exitosa, pero horas después las cosas se complicaron durante el posoperatorio, lo que marcó el inicio de una secuencia de dificultades en su salud, hasta su fallecimiento en febrero de 2015.
III.
En más de una oportunidad conversé con Mara Comerlati del homenaje a Zapata que ofrecemos hoy. Lamentablemente Mara falleció en diciembre. La ayuda y generosidad de Mariana Zapata, hija de Pedro León, hizo posible completar los materiales que conforman el dossier.
IV.
En 2012, como resultado de la insistencia de Simón Alberto Consalvi, Libros de El Nacional publicó Pedro León Zapata. Por amor propio. Además de esa única entrevista, incluye textos de Laureano Márquez y del propio Consalvi, más retratos y caricaturas. El dossier que ofrecemos trae un fragmento de la entrevista y los mencionados textos de Márquez y Consalvi.
V.
El dossier lo completan cuatro textos provenientes de El mural de Zapata, libro editado por Soledad Mendoza, que reúne ensayos, textos cortos, entrevistas y abundante material visual. Del mismo reproducimos el ensayo de Perán Erminy (“En los mil quinientos metros cuadrados del inmenso mural de Zapata, aparecen pintados (en placas de cerámica o de gres, ensambladas como un rompecabezas) innumerables vehículos llenos de gente que se transporta en ellos por una vía igual a esa misma autopista en donde se encuentra el mural, bordeándola a lo largo de más de una cuadra. Ese trecho de la autopista Francisco Fajardo (…) siempre está congestionado de automóviles y camiones. Así, al lado de esa vía llena de vehículos, está pintada otra vía igual llena de vehículos. Una es real y la otra ficticia. Lo cual no quiere decir que una sea verdadera y la otra falsa. Ambas son verdaderas, pero de diferentes maneras”), así como breves de Salvador Garmendia, Juan Carlos Palenzuela y Mara Comerlati.
VI.
Hay más. En 1993, el Fondo Editorial del Museo de Arte Contemporáneo Sofía Imber, publicó Los Gómez de Zapata, que reúne textos de Consalvi, y reproducciones de 31 óleos de Zapata, piezas esenciales de su estudio pictórico del dictador, más algunas de sus caricaturas sobre el tema. Nuestro dossier ofrece dos fragmentos del libro. Añado que, en el portal www.mirarnos.org, Maite Espinasa publicará el domingo 9 de marzo, retratos de Ethel Rojas, de aquel encuentro con Zapata de mayo de 2008. Páginas 1 a la 7.
VII.
Aproveché esta edición para recordar los 60 años de la publicación de Las celestiales, libro de Miguel Otero Silva y Pedro León Zapata, que en 1965 desató el asedio de la censura. Hito en la historia del humorismo venezolano, la obra ofrece 27 capítulos, cada uno compuesto por una cuarteta (a modo de ejemplo: “Hiciste lo que quisiste,/ San Ignacio de Loyola,/ pero quisiste ser papa/ y te pisaste una bola”), seguida de un comentario de pretensiones históricas y religiosas (por supuesto, en clave de humor), más la ilustración correspondiente realizada por Zapata.
VIII.
En 1965, para redondear la provocación, la primera edición apareció firmada por dos supuestos jesuitas: fray Iñaki de Errandonea, como autor de los textos, y fray Joseba de Escucarreta, como ilustrador.
IX.
Lo previsible: el libro no pudo circular por los caminos regulares. El reputado cardenal José Humberto Quintero escribió duramente en el diario La Religión contra Las celestiales (“Las coplas contienen conceptos de una repugnante salacidad, expresados con las palabras más soeces. Las caricaturas no pueden ser más irreverentes. Y las notas que en tipos muy pequeños se han puesto al pie de cada página son un cúmulo de falsedades. Con el fin de engañar a los incautos se atribuye el prólogo, la compilación y las notas a un sacerdote jesuita. El libro todo es una colección de blasfemias. Como hasta el presente la blasfemia jamás ha manchado ni la mente ni los labios de nuestro pueblo, se le infiere a éste una gravísima injuria al atreverse a decir que son de su folklore tamañas bajezas”). Otro tanto hicieron sacerdotes en distintos diarios (incluso en El Nacional se publicaron dos artículos que discutían la legitimidad de la obra de Errandonea y Escucarreta). La autoridad civil de Caracas, para no asumir abiertamente una función censora, hizo saber a los libreros que lo recomendable era evitar la venta el libro, y éstos acogieron la seña. Y así fue como el entonces joven Miguel Henrique Otero, hijo del autor, asumió durante semanas el oficio de furtivo vendedor a domicilio de la pecaminosa mercancía. Cuando la obra se reeditó en 1974, apareció con los nombres de sus dos creadores. En las páginas 8 y 9 viene una mínima selección de 5 capítulos, cada uno con su respectiva ilustración.
X.
José Álvarez-Cornett recuerda a Francisco de Rossón Rubio (1895-1971), poeta madrileño que, tras vivir un primer período en Venezuela, a partir de 1923 o 1924, fue expulsado en 1928. Tras su regreso en 1946, vivió en nuestro país hasta su fallecimiento en 1971: “Francisco de Rossón —dice Miguel Otero Silva — fue “un joven intelectual español que no sé por cuál motivo o destino vino a parar a Venezuela”. Recuerda que lo conoció en Caracas en 1926 o 1927 y que trabajaron juntos en Caricaturas en donde, dice, “nos pagaban cinco bolívares por cada crónica o poema” (…) El veinteañero Rossón llegó a nuestras costas tropicales inspirado por el espíritu ultraísta y el ambiente de las tertulias literarias y de la bohemia madrileña. Arturo Uslar Pietri lo rememora afectuosamente: “vino a Venezuela tres o cuatro años antes de los sucesos de 1928. Traía poemas y proyectos y un cálido sentimiento de simpatía humana, que le abría todas las puertas y todos los corazones. Pronto formó parte del ambiente de la juventud literaria”. El artículo se titula Francisco de Rossón, poeta y divulgador de la ciencia y la astronomía. Páginas 10 y 11.
XI.
Solo me queda decir: que las cosas buenas los acompañen a todos.
Nelson Rivera.
